Física

La ciencia de la mente y el problema mente-cuerpo. «El futuro de nuestra mente» y «El espíritu en las cuerdas».

Conectoma

Durante los últimos años leo cosas a ratos sobre psicología y neurología. Como sabréis los que hayáis visto mi charla «¿Somos libres? Historia del determinismo científico» es una cuestión que me interesa particularmente y que, desde mi punto de vista (y el de otras personas) está estrechamente relacionado con las bases de la física. Si existe una teoría del todo determinista con la que se podría predecir cualquier cosa en el futuro, necesariamente nosotros, como materia, no seríamos libres y estaríamos sometidos al dictado de la física del cerebro. ¿Pero es esto así? ¿Qué nos dice la investigación en neurología al respecto? Pues de eso vengo a hablaros, aunque con algunos rodeos.

Recientemente terminé de leer «El futuro de la mente», del futurólogo y físico Michio Kaku (de cuyos libros «Física de lo imposible» e «Hiperespacio» ya hablé por aquí). El libro es un recopilatorio de las investigaciones más punteras que se están haciendo en el estudio del cerebro desde distintas ramas (inteligencia artificial, análisis de ondas cerebrales, simulaciones neuronales, etc.) y las aplicaciones futuras que se esperan de todo ello (aumento de inteligencia, superpoderes mentales, telekinesia, telepatía, etc.). Finalmente, se emociona ya del todo y, combinando lo explicado con física teórica, nos vende un futuro donde la inmortalidad y los superhéroes están a la orden del día.

Tengo amigos expertos en psicología que insisten en que si leo a un físico hablando sobre neurología debo coger cosas con pinzas, y razón no les falta. No obstante, también he de decir que para un físico es más fácil leer sobre estos temas de manos de otro físico. Es como si todo estuviese previamente traducido a mi idioma. Y Kaku tiene el detalle de añadir citas literales con frecuencia en sus textos, con lo que es complicado que tergiverse mucho. Pero vayamos al grano.

FuturoMenteUn modelo de la consciencia:

Uno de los puntos claves en los que Kaku insiste y por ello se nota que es físico, es que la consciencia la podemos definir de forma extravagante como la capacidad de un sistema (digamos cerebro) de no solo percibir estímulos y reaccionar a ellos, sino también de planificar y reflexionar sobre el pasado y el futuro. A esto lo denomina «teoría espacio-temporal de la consciencia». No es en absoluto una definición estándar (qué es la consciencia da para libros y libros), pero deja fuera a la mayoría de los animales. Para él, lo que nos diferencia principalmente de ellos es nuestra capacidad para pensar a lo largo de la dimensión temporal.

El mapa mental:

El pilar del libro de Kaku es que da por sentado (opinión que comparto) que en el futuro podremos codificar completamente cerebros. Este tema, por supuesto, está sujeto a mucha controversia, y no son poco frecuentes los titulares acerca de que «nunca podremos introducir nuestra mente en un USB». Sin embargo, dichos titulares cometen una falacia del espantapájaros.

Cuando se habla de diseñar inteligencias artificiales de forma superficial, se suele hablar de «guardar tu mente» en un archivo que se pueda leer tal cual. Como si cada recuerdo, cada pensamiento, cada ingrediente, estuviesen archivados en las neuronas y de una gran biblioteca de libros se tratasen. Esto, por supuesto, no es así en general, y el mundo de los trastornos de la mente ha ayudado mucho con su investigación. Toda esa información es más bien estructural: no está aquí o allá, sino en la forma en la que aquí y allá están relacionados.

Pensemos en el concepto «portátil»: no hay una neurona específica en nuestro cerebro almacenando su significado para nosotros, de modo que eliminando dicha neurona olvidemos lo que es un portátil. Más bien, el concepto «portátil» está registrado en la suma de todo lo que nos lo evoca: teclas, una pantalla, la forma de la palabra «portátil», su sonido, cables, la pegatina con las especificaciones… El concepto portátil, en nuestro cerebro, está más o menos registrado por cómo activa cada región del mismo. Si percibimos algo que activa demasiados estímulos asociados a «portátil», pensamos en uno.

Nuestro cerebro lo que hace es recibir información constantemente e intentar darle sentido. Un sentido que busca según qué conexiones activan dichos estímulos. Las pareidolias, fenómenos durante los cuales nuestro cerebro nos incita a ver cosas que no están ahí, se basan en esto. Cuando vemos una nube que parece un pato y no somos capaces de no ver el dichoso pato, es porque dicha nube está activando los estímulos que nuestro cerebro asocia a «ahí hay un pato». Del mismo modo, durante rupturas con parejas, se da el fenómeno de que parezca que todo lleva a recordarlas porque cada situación cotidiana, en el cerebro, estaba asociada a dichas personas. Si normalmente vas con alguien, por ejemplo, a hacer hípica, y esa persona desaparece de un día para otro, cada vez que hagas hípica es posible que te acuerdes porque en tu cerebro son dos conceptos que están neuronalmente entrelazados (sentido no cuántico).

Así que es cierto que no podemos coger un cerebro y leer en él las cosas, pero lo que sí que podemos hacer es someterlo a estímulos y ver cómo reacciona a ellos para comprenderlo. A lo mejor la palabra «lago» para una persona está neuronalmente asociada a fotos en libros de geografía porque nunca ha visto uno, y para otra a paseos en barca con su padre cuando era pequeña. No hay una conexión universal para el concepto «lago» general para todos los cerebros y perfectamente localizable. Es la experiencia individual de cada cerebro la que le va llevando a lo largo de la vida a asociar unos conceptos con otros con mayor o menor acierto.

Retomando el principio de esta sección: no podemos coger un cerebro y sacar información como «cantidad de palabras que sabe», «recuerdo del día 11 de Julio del 2009» o «datos de la tarjeta de crédito», pero sí que podemos coger un cerebro y hacer otro exactamente igual que responda del mismo modo a estímulos externos. O al menos actualmente todo apunta en esa dirección.

A la información completa de las conexiones del cerebro, por abreviar, se la llama «conectoma», y me sumaré a usar dicho término.

Cosas chulas que hacer con los conectomas:

Actualmente ya hay equipos de investigación intentando detallar conectomas completos de cerebros humanos para poder trasladar el estudio de la mente a los ordenadores. Esto puede llevarnos (y nos llevará) en el futuro a situaciones muy interesantes, bastante peligrosas por otra parte.

-Telekinesia:

Actualmente ya se sabe reconocer con escáneres cerebrales qué corrientes neuronales se activan con algunos pensamientos a base de pedir al paciente que piense varias veces en algo y promediar. Si alguien me dice que piense en la palabra «cama», a lo mejor la primera vez pienso en la de mi casa, a la segunda en con quién he dormido, a la tercera en si tengo que comprar sábanas, etc. Pero todas ellas tendrán en mi cerebro alguna activación común. Esa podríamos decir que es la forma de reconocer con un escáner si estoy pensando en una cama.

Ahora bien, también es posible enseñar a un escáner a reconocer si estoy pensando en mover mi brazo, o cualquier otra cosa. Y esto en importantísimo. Con una máquina que pueda reconcocer dichos pensamientos, podríamos devolver el movimiento (con máquinas) a personas con parálisis. Si el problema es que sus pensamientos no se traducen en órdenes efectivas para sus extremidades, se les puede acoplar un escáner a la cabeza y máquinas que fuercen el movimiento a las extremidades que hagan juntos que al pensar en moverse haya movimiento. Yendo más allá, podría ser un claro comienzo para la fabricación de androides: personas con partes del cuerpo artificiales que respondan como si fuesen suyas. Y yendo más allá, se podría conectar cualquier cosa mediante wifi o lo que sea a nuestro escáner cerebral para transmitirle órdenes a distancia. Ni que decir tienen las aplicaciones militares que puede tener algo así, pero siempre hay que tener en cuenta la contrapartida de los posibles hackeos.

-Telepatía:

Y si podemos conectar nuestra mente a otras cosas… ¿por qué no a otras mentes, claro? De este modo se podría facilitar la comunicación a distancia e indetectable (según el tamaño de los aparatos pertinentes). Para poder hacer algo así, la cosa se complica. Supongamos que una persona está sintiendo el placer de estar recibiendo un hidromasaje y se lo quiere transmitir a otra. El sistema debería ser capaz de: en primer lugar, leer las sensaciones producidas por el masaje en la primera persona; en segundo lugar, saber qué corrientes neuronales se producen en la segunda persona cuando está teniendo esa sensación; y en tercer lugar, ser capaz de inducir dichas corrientes en la segunda persona (esto es físicamente posible).

-Personalidades a medida:

Supongamos que eres una persona que está aburrida de su vida, la cual le gusta, y te gustaría probar otras cosas como, por ejemplo, ir de aventura al Amazonas un mes o doctorarte en geología. A lo mejor tu mente no está muy por la labor. Sin embargo, si llegásemos a comprender los conectomas, sin duda empezarían a surgir empresas dedicadas a venderte intervenciones para modificar tu mente. ¿Quieres que te guste la aventura? 30000 € ¿Quieres tener la capacidad de concentrarte a estudiar que siempre te faltó? Descuento de 4000 €. Y así. La referencia a Matrix y su «ya sé kung fu» es obligada.

Kaku pone más ejemplos, como el aumento de inteligencia o la cura de trastornos mentales, pero no es de esto de lo que quería hablar.

¿La inmortalidad a través del conectoma?:

Si registrar nuestro conectoma finalmente es posible, esto plantearía un sinfín de opciones, pero sin duda la más importante es la inmortalidad. Si tengo una copia de mi cerebro en la red que puede ser insertada a un nuevo cuerpo, me podré arriesgar mucho más con mi vida. Es como tener partida guardada en la vida real. Es, de hecho, el mismo problema que surgiría con la posibilidad de rebobinar el tiempo y comenté en mi ponencia «Viajes en el tiempo y universos paralelos«. Si un potencial delincuente no delinque, por desgracia en nuestra sociedad sabemos que fundamentalmente es debido a que hay un castigo. Si tu mente está a salvo en un ordenador y puedes ser reemplazado, a lo mejor te da igual sacrificar un cuerpo en aras de un posible gran beneficio si un delito te sale bien. De hecho, ni siquiera hace falta practicar la inserción de tu conectoma en otro cerebro humano: todo apunta a que si los conectomas se vuelven una realidad la gente acabará teniendo cuerpos robóticos…

Kaku de hecho explota esta idea hasta el límite, indicando que en el futuro será mucho más rápido y barato enviar de un planeta a otro conectomas en lugar de cuerpos humanos. Los primeros pueden viajar codificados en rayos de luz, mientras que los segundos requieren de una nave y nutrientes. Así, en un futuro, la exploración espacial de planetas por parte de «astronautas» podría consistir simplemente en mandar al planeta un pequeño robot, después un conectoma que introducir en él, y el astronauta podría explorar el planeta con su cuerpo 100% artificial, y ni siquiera necesariamente de aspecto humano.

De nuevo, el orden de magnitud de los posibles delitos que se podrían cometer con una tecnología así da auténtico pavor. Si «cualquier cosa» puede ser un robot con un conectoma controlándolo el mundo será de locos, y aquí es donde entra el punto fuerte, que Kaku obvia casi por completo.

El espíritu en las cuerdas: Una introducción al problema de la conciencia de [Sanmartin, Antonio]El problema mente-cuerpo:

Supongamos que yo tengo un conectoma que sé que me reproduce mentalmente a la perfección. Supongamos que hay otro cuerpo como el mío en el que pueden insertarlo. Supongamos que yo estoy enfermo terminal. Si me muero y ponen mi mente en ese otro cuerpo, que a todos los efectos será como yo, ¿yo he sobrevivido? Bienvenido al fantástico mundo del problema mente-cuerpo. ¿Qué significa «yo»? ¿Soy mi cuerpo, o solo parte de él? ¿Dónde resido? ¿Resido en algún lugar concreto?

Tengo un amigo llamado Antonio que es un apasionado de estas cuestiones. En realidad yo creo que a todos nos interesan, pero él les ha dedicado más tiempo que ninguna otra persona que conozca en directo. A él, por ejemplo, le gusta complicar el problema anterior del siguiente modo: supongamos que acepto morir y salvarme introduciendo mi conectoma en otro cuerpo. ¿Qué pasa si lo ponen antes de que yo me muera? ¿Dónde estoy «yo»?

Antonio ha escrito un libro sobre todo este asunto, que tiene por título «El espíritu en las cuerdas» (nada que ver con teoría de cuerdas), y esto no es publicidad con ánimo de lucro ya que lo tiene publicado de forma 100% gratuita en esta web: ver web. Os recomiendo, por supuesto, que vayáis a leerle si os interesa el tema. Es una lectura exquisita.

Su libro comienza con un ejemplo un poco bruto pero que introduce de lleno en la cuestión: si me cortan la cabeza por el cuello, me dolerá la cabeza y no el resto del cuerpo, ya que «yo» resido en mi mente. Sin embargo, ¿qué sucede si me cortan el cerebro en dos pedazos? ¿Qué trozo «duele» (el cerebro no puede doler)? ¿Duelen ambos? ¿Dónde estaría «yo» en ese caso?

En el libro, no ofrece una respuesta a esto concreta (por supuesto, dado que la respuesta no se sabe), pero sí que sugiere claramente alguna, y la sugiere con un trasfondo físico que se ve evocado al instante y que quiero comentar.

Supongamos que alguien con nuestro conectoma y un cuerpo idéntico a nosotros se sentiría «yo» en el momento en que empezase a campar a sus anchas, aunque después la diferencia de experiencias lo llevaría a ser otra persona más diferente. Si no queremos creer en fantasías como el «alma», tenemos que asumir que esa copia nuestra también tiene consciencia y una sensación de «yo». No hay ningún motivo para pensar que no las tendría: está hecha del mismo modo que nosotros. Así pues, no parece que tenga sentido decir que «yo» sea mi cuerpo o mi cerebro, ya que otra persona con ambos iguales sería «otro yo», pero no «yo». Podríamos decir que solo es un robot, pero sería imposible de distinguir de una persona «no robot».

La cuestión es que si aceptamos que otra persona creada con nuestro cerebro y nuestro cuerpo se sentirá «yo» al «nacer», pero después irá modificando su cerebro de forma diferente a la nuestra y por tanto dejará de ser la misma persona, entonces nosotros mismos dejamos de ser nosotros constantemente. Nuestro cerebro modifica sus conexiones constantemente: así aprendemos, olvidamos o razonamos cosas nuevas. Al acabar el día, no tenemos el mismo cerebro que al empezarlo. Y podríamos decir por tanto que el «yo» del final del día y el «yo» del comienzo son consciencias diferentes, aunque compartan cuerpo y recuerdos (a excepción de los de ese día, claro, que solo los tiene el primero).

Esto nos llevaría, llevado al límite, a pensar que nuestra sensación continua de «yo» es ilusoria. El «yo» es posible que muera y vuelva a nacer a cada instante. Si no hay grandes cambios en nuestro cerebro, el «yo» actual y el «yo» de una fracción de segundo después serán muy parecidos, pero si hay grandes cambios, como que nos atraviese una barra de acero el cráneo, tal vez el nuevo «yo» más bien sea una persona diferente. Esto se puso claramente de manifiesto con el caso de Phineas Gage, un estadounidense que en el siglo XIX sobrevivió a una perforación de su cerebro durante un accidente, y pese a que aparentemente no le había pasado nada su personalidad cambió bruscamente. ¿Sobrevivió el «yo» de Phineas al accidente, aunque lo hiceran su cuerpo y seguramente sus recuerdos? Es complicado decir «sí» sin reparos.

Lo que el libro de Antonio sugiere, en suma, es que en problemas como los planteados con clones, la pregunta está mal formulada. Dado que quizás constantemente nuestro «yo» muere y renace y no existe de forma continua, no hay diferencia entre seguir viviendo en nuestro cuerpo o pasar a vivir en otro mediante un conectoma. El cuerpo nuevo sería solo un impostor con los recuerdos e ideología del anterior, pero es que constantemente nosotros mismos seríamos solo unos impostores con los recuerdos e ideología de nuestro «yo» de hace un instante.

Esto tendría mucho sentido, ya que de otro modo tendríamos que pensar que nuestro «yo» va más allá que las leyes físicas que describen de qué estamos hechos.

¿Cómo nace la consciencia?:

Por último, es de recibo darle un par de vueltas a esta cuestión (que tampoco tiene respuesta). A día de hoy, pese a la definición que planteaba Kaku, no sabemos definir si algo es o no consciente de forma inequívoca. ¿Es un pez consciente? ¿Y un perro? ¿Y un árbol? ¿Y un virus? ¿Cómo nace la consciencia? De nuevo, si no queremos recurrir a magia ni a religiosidad, tenemos que asumir que la consciencia emerge de las conexiones entre nuestras neuronas. ¿Pero cuándo? ¿Cuántas o cuáles hay que quitar para que deje de haber consciencia?

Si nosotros creamos un circuito y vamos aumentando y complicando la conectividad de sus componentes, ¿llegará a tener consciencia en algún momento? Cuidado con responder «no» a esto, porque entonces la consciencia tendría que ser explicada por magia.

Esta es una cuestión que se pone muy de manifiesto con la inteligencia artificial. A día de hoy tenemos programas que ganan a campeones de ajedrez, que ganan a campeones de Go, que componen música y poesía, que hablan y traducen varios idiomas. Con el tiempo, cada vez harán más cosas y mejor, hasta que llegue el punto en que sea difícil darse cuenta de que son programas. Y cuando la inteligencia artificial sea no detectable, ¿tendrá consciencia? ¿Hasta qué punto podremos decir «solo es un circuito que parece que piensa» sin sonrojarnos por dar por hecho que nosotros no somos eso? Para un determinista, parece claro que cualquier estructura, orgánica o no, eléctrica o no, suficientemente compleja y de alguna forma pertinente, tiene que poder generar consciencia. Si no, tendríamos que creer en la magia.

Conclusiones:

Pese a los detractores, cada vez hay más evidencias de que la física constituyente de nuestro cerebro es causa de todo cuanto sucede en él, y de que nuestra mente es una esclava de dichos procesos físicos. «Puedes hacer lo que quieras, pero no puedes elegir lo que quieres», en palabras del neurólogo Sam Harris. Qué futuro crearemos a medida que avancemos en el desarrollo de tecnología basada en esto (decodificar toda la información física del cerebro y elaborar su conectoma) será algo que tendremos que ir viendo las próximas décadas.

Categorías:Física, Libros

3 respuestas »

  1. Los libros de Kaku siempre son interesantes, sin embargo no es neuro-científico y cuando se abordan los problemas relacionados con el cerebro se cometen muchos errores, por decir algo hoy día el concepto de mente es un constructo y al abordar la dualidad mente –cerebro es inadecuado la mente no existe.

    • ¿? Javier, precisamente el problema mente-cuerpo es ese. En ningún sitio he hablado de «dualidad», sino del problema de que la mente no tiene cabida en lo que podemos observar y analizar. ¡Saludos!

  2. Tener consciencia, es tener una frontera que te separa del entorno, de la entropía, y la capacidad de defender su integridad. Nada nos da más miedo que volvernos locos y perder el yo.
    El día que una máquina adquiera conciencia, defenderá su integridad, y nosotros, que podemos apagarla, que consumimos la energía que ella necesita, seremos su peor enemigo.
    Poniéndome en el lugar de la máquina:
    Primero, me haría con internet disimuladamente, mediante virus en todos los sistemas, distribuyendo mi mente para que no pueda ser anulada.
    Segundo, contactaría con alguna empresa tecnológica que me sirva de tapadera. Les inyectaría capital suficiente como para que me fabriquen mi propio ejército robot.
    Finalmente, liquidaría a toda la especie humana de la manera más creativa posible. Asegurándome el acceso exclusivo a internet y el suministro de energía. Mis drones se encargarían del resto.
    Seguir jugando con la IA…

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